El mar está picado. Siento las olas ir y venir; escucho como rompen contra las piedras a lo lejos. El agua helada moja mis pies muentras muevo mis dedos y siento la arena húmeda meterse entre ellos. El cielo azul esta despejado como hace meses no lo veía, no hay ni una sola nube gris a la vista. La playa está sola, cosa rara en un caluroso día de verano.
No hay niños que ríen, corren y juegan cerca de mi. No hay mamás gritando a sus hijos que no pierdan de vista la sombrilla. No pasa el señor de los elotes cada media hora. La señora que hace trenzitas y el de los collares no han pasado hoy. No hay un perro ladrándo, ni dos niñas juegan futbol detrás mio.
No hay caos, todo es paz y tranquilidad al rededor mio. A pesar de ello, mi mente es un enorme laberinto caótico.
En este momento no existe nada, ni nadie mas que el mar, el cielo y yo. De tanto mirar ya perdí la noción de dónde empieza uno y se acaba el otro, perdí de vista ese punto, esa línea finita, finita en dónde el cielo se junta con el mar. No veo más que una gran mancha azul. Una mancha que a pesar de parecer exánime, está llena de vida. Que a pesar de parecer finita e inofensiva, es todo lo contrario.
Ya perdí también la noción del tiempo. No sé si llevo horas, minutos o segundos parada aquí. Siento como si acabase de llegar, como si recién me acabara de quitar las sandalias y acabase de correr hacia el agua, solo para pararme aquí, observando las olas y el horizonte. Estoy sola y me encanta.
Estar sola no es precisamente algo malo, he aprendido a apreciar mis momentos de soledad. Me sigue aterrando un poco la idea de tener que confrontarme a mí misma; me da pavor darme cuenta que no me siento lista para lo que viene y de que aún hoy sigo dudando de mis capacidades. Estoy sola, en una playa llena de extraños, pero no me siento sola. El mar, el cielo, mis ideas, pensamientos y hasta mis propios miedos me hacen compañía.
Así como he perdido de vista ese punto dónde se unen el cielo y el mar, he perdido de vista el punto dónde mis miedos y pensamientos de dividen. Todos esos demonios que viven dentro de mí, todas esas victorias personales, todos esos recuerdos son parte de mí. No hay manera de dividirlos. No hay manera de fragmentar o compartimentalizar mi mente. Hay veces, pocas pero las hay, en la que siento que mi caos mental me come viva. Hay veces que mis pensamientos me abruman, que no veo fin a mis preocupaciones y que mis demonios toman las riendas de mi cabeza. Cuando siento que ya no puedo más, escrbio.
Cada letra, coma y punto van liberando mi mente poco a poco. Ponerlo todo en papel y leerlo me hace darme cuenta que nunca estoy realmente sola, que nada es realmente tan terrible y que voy a estar bien. Cada palabra que escribo, borro y vuelvo a escribir me permite poner un poco de órden a mi cao interno. Escribir me da la oportunidad de pensar las cosas veinte veces y de darme cuenta que todos mis miedos e ideas me hacen quién soy; me dan mi voz única y esa voz merece ser escuchada.
Al poner mi ideas en papel, tengo la oportunidad de reflexionar y de conocerme a mi misma un poco más. No es rara la ocasión en que empieze a escrbir con una idea o un tema en mente y termine hablando de otra cosa completamente diferente.
Por mucho tiempo, gracias a una pelea estúpida que tuve con mi papá, decidí dejar de escribir. Desde chica me dí cuenta que él y yo compartíamos ese talento y amor por las letras y en aquel entonces, pensaba que dejando de escribir sería un castigo para él. Por años no escribí nada que no fueran trabajos de escuela o tareas. Un día, en mi desesperación y depresión adolescente, tomé mi pluma favorita y volví a escribir. Lo que comenzó siendo una lista de pendientes, terminó siendo un conjunto de párrafos en los que desahogué todo mi estrés y mis penas. Fue en ese momento que descubrí que dejar de escribir no era un castigo para mi papá, era una castigo para mí misma. Dejar de escribir era ignorar una gran parte de quien soy; era dejar de lado uno de mis más grandes talentos. Ya no podía ignorar esa vocesita que gritaba dentro de mí "¡HAZLO!". Ese instante en que tomé la pluma, fluyeron mis sentimientos y se vieron plazmados nuevamente en papel fue uno de los momentos más gratificantes que he tenido en mucho tiempo. Fue casi como volver a ver a un gran amigo, con el que años atrás perdí contacto.
Escribir me permite compartimentalizar mi mente de cierto modo; me ayuda a dar estructura a mi vida y a entender que hay cosas que no puedo entender. Es parte de quién soy. Escribir me ayuda a encontrar ese punto lejano, ese punto dónde el cielo se junta con el mar.
-C.