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Foto del escritorCes Heredia

Sobre silencios, gritos y opiniones.

Calladita te ves más bonita... Esa frase que muchas de nosotras hemos escuchado hasta el cansancio, principalmente de chiquitas ¿a poco no?. A veces entre risas, a modo de “juego” y a veces en serio, cuando alguno de los adultos prefería que no hiciéramos comentarios respecto a algún tema específico. A las niñas “bien” mexicanas nos enseñaron a jugar calladas, tranquilitas y sin ensuciar nuestros vestidos. Nos enseñaron que de grandes debíamos ser cariñosas (pero no de más, y “no con cualquiera”), que debíamos aprender a cocinar para nuestro marido e hijos, que debíamos siempre vernos presentables, que debíamos cuidar nuestro cuerpo (o sea, vivir en dieta constante) y que en nuestras caras debía haber siempre una sonrisa. Nuestros papás, mamás, abuelos y abuelas nos quisieron preparar para ser damas respetables, propias y miembros de una sociedad que, desde el día que nacemos, ha querido dictar todos y cada uno de los detalles de nuestra existencia.


El día de mi primera comunión, por ejemplo (sí, soy judía e hice primera comunión, así las cosas), tenía estrictamente prohibido salir del salón a jugar en los jardínes del club donde fue el evento. ¿Cómo se me ocurría querer salir a jugar cuando traía puesto un vestido importado desde España justo para ese día? Obviamente, me importó un cacahuate esa prohibición e hice lo que cualquier personita de 9 años haría: salir corriendo, revolcarme en el pasto, trepar árboles, jugar en los jardines y llegar de regreso una hora después con la bastilla del vestido deshecha, y lo poco que quedaba de ella, negra con tierra. Ya se imaginarán la regañada que me metieron, porque “una niña bien no se comporta de esa manera. ¡No es de niñas bonitas arruinar sus vestidos bonitos!”.


Las mujeres crecimos con mensajes constantes de que debíamos adaptarnos a las opiniones y vistas de los hombres que nos rodean, todo bajo la pretensión de ser “propias y dignas”. Al parecer lo peor que una mujer “bien” puede ser es inoportuna o vulgar. El típico “vete a cambiar por que vienen amigos de tu papá a cenar”, que igual a más de una nos tocó escuchar. Nuestras infancias están plagadas de pequeñas actitudes y comportamientos machistas, que en su momento, entendimos como normales y correctas. No dudo que quienes me quisieron enseñar a callarme y a no dar mi opinión para evitar controversias lo hayan hecho con la creencia de que era lo mejor, o lo correcto. No dudo en las buenas intenciones de aquellas personas que no me dejaron jugar futbol para evitar que un pelotazo “me quitara lo bonita”, mientras que a mi hermano lo metieron a clases de futbol desde los 5 años. Pero por desgracia, las buenas intenciones no sirven de mucho en este caso.


Sería lindo pensar que en veintitantos años las cosas cambiaron, y que hoy soy 100% libre de hacer, deshacer, de pensar y de decir lo que quiera sin las críticas constantes de los “adultos” que me rodean. Una pensaría que a los 27 años, ya la consideran suficientemente grande y suficientemente “miembro de la sociedad” como para respetar las decisiones que tomo… Pero no del todo. Aún hoy, en pleno 2020 no falta la tía-abuela que medio entrada en copas me dice que, aunque tengo una cara hermosa, me vería más bonita si fuera flaca. O la otra tía espantada que me jala la falda (que de por sí ya me llega a la rodilla) para que me tape un poquito más la pierna… O la abuela que me dice que me ponga labial para verme bonita. O el tío que me pregunta si ya le serví a mi hermano adulto su plato. Ya entienden, ¿no? Aún hoy, en pleno 2020 las mujeres somos vistas como adornos para la sociedad. Nuestra existencia es, directa o indirectamente, para el beneficio y comodidad de los hombres que nos rodean. Aún hoy, a mis 27 años, soy una “loca” y “ridícula” por atreverme a tener mis propias opiniones, diferentes a las de mi muy conservadora familia.


Obvio no todo fue malo... A muchas de nosotras también nos dijeron que debíamos aprender a pensar por nosotras mismas. Que estudiáramos y trabajáramos duro para no depender nunca de nadie más que de nosotras mismas. Mis papás también me enseñaron que si creo firmemente en algo luche por ello, y que la verdad, aunque solo la crea uno, sigue siendo la verdad. Así que hoy, hago precisamente eso. Pienso por mi misma, y sigo fiel a mis convicciones. Hoy decido tomar lo bueno de lo que mis tíos, abuelos y papás me enseñaron y lo mezclo con mi propia experiencia. Hoy mi responsabilidad es poner un alto a las conductas e ideas machistas que fueron parte fundamental de mi crianza y de la de muchas en este país. Hoy lo que toca es ser esa loca que se queja y da su opinión y no se calla hasta que ve que las cosas cambian. Hoy sé que si me callo, no solo no me veo más bonita, sino que mi silencio me puede costar la vida. De poco sirve ser señoritas propias, dignas y respetuosas, si vivimos con miedo de no regresar a casa. Hoy me toca dejar de lado las críticas de los que me rodean (además de las de los desconocidos en redes sociales) y alzar la voz por mi, por mi hermana, por mis amigas, por mis primas, por mis sobrinas, por las que no conozco, por las que ya no están. Me toca gritar por las que vienen, o por las que ya no pueden.


Mi presencia en este mundo no es para adornar ni hacer más cómoda la vida de nadie. Mi voz no será silenciada por juicios ignorantes ni críticas poco empáticas. Mi miedo es real. Mi enojo es real. Mi convicción es real. Hoy hablo, grito, marcho y destruyo todo para que las mujeres que vienen no pasen por lo mismo que yo. Eso es lo que una mujer propia y correcta debe hacer. Alzar la voz; por mi, por ella y por todas.


Xo,

C.

**Esta pieza fue escrita originalmente como colaboración con The Fashion Theorist.

 

On being silent, raising my voice and having my own opinions.


Girls look prettier when they’re quiet. That’s a phrase I’m sure most of us grew up hearing a lot, isn’t it? I mean, sure, sometimes it would be meant as a “joke” and the other person would eventually laugh and say something along the lines of “chill, I’m just kidding”, but it was usually used to silence us, even as little girls; usually when adults didn’t want us giving our thoughts and opinions about any given topic. “Nice” Mexican girls are taught to play quietly, and calmly. We’re taught to never get our dresses dirty. Even as kids, we were told we should be sweet and kind, but not too much, and not to everybody. We were taught how to cook, so we could one day cook for our husbands and children; we were taught to always look presentable and take care of our bodies (which was simply code for spending our lives in a constant loop of diets), and that there should always be a warm smile decorating our faces. Our parents and grandparents wanted to make sure we grew up to be respectable and proper ladies of society; one that has tried to dictate every little detail of our existence as women and girls since before we were even born.


On the day of my first communion, for example (yes, I’m Jewish now, but I was Catholic then… Long story for another time), I was strictly forbidden from leaving the place where my party was being held at. I wasn’t allowed to run around wildly and play in the gardens with the other kids… I mean, how dare I, a 9 year old girl, want to go out and play and get my very expensive (according to my mother) Spanish dress dirty by playing outside? Well, guess what? I obviously did what any normal 9 year-old would do and went outside anyway. As predicted, I ripped my white dress’ hem, and what was left of it, was gray and dirty beyond repair. I once was again very sternly reminded by my mother that “pretty and nice girls don’t run around and ruin their pretty dresses!”


As women, Mexican women, we’ve grown up with constant reminders that we are supposed to adapt to the opinions and points of view of the men around us, all under the idea of us being “proper” and “dignified” ladies. Apparently, the worst thing a woman can be in this country is inconvenient, vulgar or unladylike (whatever that means…). Our childhood and teenage years were filled with small misogynistic actions that we understood as a normal part of life. I have no doubt that those who raised us that way truly believed they were doing the right thing, that they were convinced that not allowing me to play soccer to avoid me “losing my pretty face because of a random ball” and years later signing up my brother for soccer lessons he hated was the absolute right way to parent (and grandparent) their kids. Unfortunately their good intentions provide little help and comfort in times like these.

It would be nice to think that things have changed in twenty-something years. That, at twenty-seven, I am now able to freely do, say and think as I please, without the “adults” still trying to mold me into a “proper woman”, but sadly life isn’t always as one would hope. Even now, in 2020, there’s always that half-drunk great-aunt who will “compliment” me by saying how gorgeous my face is, but how much prettier I’d be if I wasn’t fat. Or, my dad’s sister, who will randomly pull my midi-skirt so it’ll cover my legs even more. Or my grandmother, who expects women to always wear lipstick and a smile, otherwise we’re not pretty enough to face the world. Oh, or that one uncle who, during every family meal, asks me if I made sure my adult brother has a full plate ready. See the common theme here? Even in 2020, women are still seen as ornaments of society. Our existence is still, directly or indirectly, for the pleasure, benefit and comfort of the men around us. Even today, at 27, I’m a crazy, ridiculous radical for having and voicing my own opinions.


I mean, don’t get me wrong, not everything was bad! A lot of us were also told to follow our hearts and fight for our dreams and think for ourselves. We were taught to study hard and work harder, so we’d never have to depend on anyone for anything when we were older. My parents also taught me that if I firmly believe in something, it’s my duty to myself to fight for that, and that the truth will always be the truth, even if it’s only a few people that believe it. So, this is me doing just that. This is me taking what i need and deem necessary from what my parents, and aunts, and uncles, and grandparents taught me and mixing it with my own experiences.


This is me vowing to unlearn the misogynistic actions and notions in my upbringing (and so many others’ own upbringings in this country) and stop the cycle. My duty today is being that crazy woman who will shout and complain until her voice is not only heard but listened to and taken into account, and not shutting up until I see the change happening. I know now that staying silent makes me complicit, not prettier. I know now that my silence can even cost me my life. There’s no use in being proper, dignified and respectful ladies of society when we live in constant fear of not making it back home that night. My job today is to ignore the voices around me that wish to silence me and raise my voice for me, for my sister, for my friends, for my nieces, for those I don’t know and for those who can no longer raise their voices themselves.


My role in this world is not to adorn or make someone else’s life prettier and more comfortable. My voice will no longer be silenced by ignorant judgments or criticism that lacks empathy. My fear is real. My anger is real. Today I speak, yell, march and destroy everything in my way, so that the women coming after me know nothing of the struggle we have gone through. That is what a proper woman is. Someone who fights and raises her voice. For me, for her, for every woman.


Xo,

C.


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