Como cada año, a las 12:00 am del primero de enero, me atraganté mis 12 uvas repitiendo en mi cabeza las mismas tres cosas: Trabajo, dinero, viajes. Creo que nunca me he puesto a pensar realmente en 12 propósitos para año nuevo, generalmente mi meta es no morir en el intento y acabarme las uvas antes de que todos se paren a dar los abrazos.
Este año es un año muy diferente a los demás. Fue el primer año que no regresé a Monterrey un domingo a principios de enero para entrar a clases al próximo día. Es el primer año que soy adulto, y como tal, me di a la tarea de ponerme metas dignas de una persona que recién entró al mundo de los adultos.
Una de esas metas fue aprender a quererme un poquito más. Cuando digo "quererme más" no me refiero a que antes no me quisiera, al contrario. Después de mucho tiempo, llegué al punto en el que aprendí a quererme y aceptarme tal como soy. A mucha gente le podrá extrañar, podrá no creerme o podrá decir o pensar que solo son poses y cuentos míos, pero no. Así como lo leen, me quiero a mí misma, con todo y los muchos defectos que me hacen ser quien soy.
Después de muchos años, aprendí a querer mis ojos, así chuecos y medio ciegos. Son míos y sin ellos no vería las cosas tan chidas que puedo ver a diario. Aprendí a querer mi cuerpo, así con todo y la talla que a muchos les espanta o les ofende. Es mío y sin el no podría hacer las cosas tan chidas que puedo hacer todos los días. Aprendí a querer mis ideas y a expresarlas, ya sea mediante lo que escribo, digo, hago y hasta como me visto. Son mías, y sin ellas no sería quien soy.
A lo que me refiero cuando digo que me propuse quererme un poquito más, es a que me di cuenta que de nada sirve quererme tanto si no cuido mi salud. Decidí que era momento de empezar a comer mejor, no por bajar de peso (porque la verdad, me da igual que número dice la etiqueta de mi ropa) sino porque me di cuenta que uno o dos años más con el estilo de vida que llevaba y seguramente mi predisposición genética a la diabetes (y quién sabe a cuántas enfermedades más) dejaría de ser solo una amenaza y un miedo lejano y se convertiría en una realidad.
No estoy haciendo estos cambios por nadie más que por mí. Creo que mis papás, quienes constantemente me decían que si no hacía cambios lo iba a lamentar tarde o temprano (y quienes han sido un súper apoyo desde que tomé esta decisión), se dieron cuenta que las palabras me entraban por un oído y me salian por el otro. Tantos ellos como yo sabíamos que no habría un cambio real hasta que yo no decidiera hacerlo.
Después de varios intentos fallidos, dietas, pastillas bajadas y subidas de peso muy cañonas decidí que ahora sí, era momento de hacer algo. He empezado a comer mejor, mi refri parece jardín botánico, mi cocina siempre huele a limón, y al fin puse a buen uso la ropa deportiva que me hice hace 3 años. Ahora entiendo porque a tantos les encanta ejercitarse en las mañanas. Estoy de tan buen humor casi todos los días y noté el cambio precisamente después de que empecé a ejercitarme yo misma.
Como todo en esta vida, ese “quererme un poquito más” que me prometí hace casi 5 meses, va a ser un largo proceso, pero estoy segura que como cada uno de los sacrificios que he tenido que hacer hasta hoy, me traerá grandes beneficios. La verdad es que mi salud nunca me preocupó mucho. Nunca fue un factor determinante en mis decisiones ya que siempre encontraba algo que me importara más. Hoy en día sigue sin ser mi prioridad, pero ya estoy consiente que al menos tiene que ser un punto importante a considerar (como dije, todo es un proceso).
Mi yo de hace 5 meses estaría orgullosa de mi yo de ahorita, y espero que dentro de 5 meses más mi yo de ese momento se sienta aún mejor consigo misma de lo que me siento yo ahora.
Xo,
-C.