Si algo me gusta de viajar en avion, es darme cuenta de que todo es relativo. Somos pequeñitos y hasta cierto punto insignificantes dentro del Universo. Un árbol, que desde abajo es enorme e imponente, desde el cielo no parece más que una ramita brocoli, chiquitita, que forma parte de una gran plasta verduzca. Las montañas que rodean las ciudad no son más que un monticulo de piedra, chiquitos, chiquitos.
Viendo todo desde arriba, te das cuenta que la distancia que separa mi casa de la tuya no es nada; que las calles no son tan largas ni los océanos tan infinito. Que a pesar de ser tan grande, el mundo no es tan colosal como se ve desde abajo.
Lo bonito de ver las cosas desde arriba, es darte cuenta que desde acá no se ven los colores de piel, ni de ojos, ni de pelo. Acá arriba no importa si estudias en escuela pública o te graduaste con honores del Tec. Desde arriba todo se ve más claro, más bonito. El sol brilla más fuerte, el cielo se ve más azul. Te das cuenta que las nubes grises que invaden a ratos la cuidad no son más que montoncitos de gas que tapan los rayos del sol, pero que no los devanecen. Viendo las cosas desde arriba, cambiando un poco de perspectiva, te das cuenta que los problemas que anoche te quitaron el sueño no son insuperables.
Volar en avión me hace darme cuenta de que no estás tan lejos. ¿Qué son unos cuantos cientos de kilómetros? Desde arriba, llendo a no-sé-cuantos kilómetros por hora, me siento libre (Si, ya sé que voy en una cabina pequeña llena de gente). Allá arriba es más fácil darme cuenta que soy invencible si decido serlo y que no hace falta más que creer en lo imposible para suceda.
Xo,
-C.